MI VIDA DE AMARILLO 33.

 

El último concierto que vio y escuchó Luis Evaristo fue desde su cama en el hospital, gracias a que ese día era gratis ver la tele en las habitaciones de la planta de paliativos. 

Luis Evaristo ha vivido algo más de 80 años. Los últimos nueve meses los ha pasado con nosotros esperando la muerte sin salir de su habitación. Fue músico. Tocaba el clarinete y fue un don Juan toda su vida. A sus ochentitantos años, ingresado en nuestro hospital, con su cuerpo consumiéndose poco a poco, mantenía sus ojillos saltones y su mirada traviesa. Gustaba de piropear a toda señora o señorita que entrara en su habitación, con gracia, salero y su sonrisa pícara bajo su gran nariz puntiaguda, que había paseado por casi todo el mundo tocando el clarinete… y todo lo que pudo…

-“A mí es que siempre me ha gustado mucho tocar”- decía entre risitas.

Pero no había maldad ni doblez en sus chascarrillos y ocurrencias, siempre conseguía la complicidad de cuantos le atendíamos, tanto hombres como mujeres, doctoras, enfermeros y enfermeras, auxiliares, celadoras y celadores; era un hombre muy simpático, y solía caer bien a todos, y sus bromas también.

Llegó como a finales de verano, y terminó yéndose en primavera. Cuando ingresó, venía totalmente bronceado… y es que Luis Evaristo era de un pueblecito de la costa gallega, y según nos contó, se había tirado todo el verano allí de vacaciones, tomando el sol.

Al llegar al hospital, parecía que había decidido prolongar sus vacaciones allí, y con aire socarrón nos lo decía, cuando le encontrábamos en la cama en posturas más propias de estar tumbado en una hamaca de playa que en una cama de hospital…

A Luis Evaristo nunca le apetecía escuchar la radio ni ver la televisión. A veces leía durante un ratito algún libro de los que les traían sus hijos, pero decía que no tenía ganas de seguir, que se mareaba al leer… Y así pasaba muchos ratos durmiendo solo en su habitación, o con los ojos muy abiertos, como leyendo en sus recuerdos, que parecían interminables. A veces nos contaba algunos de ellos: giras, conciertos, romances, playas… y su pueblo; recuerdos de las maravillosas estampas de su pueblo natal.

A mí siempre me preocupaba que se aburriera, que se sintiera solo, y siempre le insistía que pidiera a sus hijos, los cuales se solían alternar en sus visitas, que le pagaran un abono para poder ver la tele a ratos y se pudiera entretener un poco durante las muchas horas que pasaba solo en su habitación, porque en nuestro hospital, como en tantos hospitales públicos, para ver la tele un enfermo, tiene que pagar. (Cosa que nunca terminaré de entender.)

Pero Luis Evaristo siempre se negaba, y los hijos, claro, no le sacaban el tíquet para ver la tele. Tampoco le apetecía encender una radio que le habían traído sus hijos por mucho que le insistiéramos.

Cuando los meses iban avanzando, Luis Evaristo, que había pasado por unos días de esplendor sorprendente de ánimo y de estado físico, empezó como a decaer y se le notaba algo más triste, más cansado, algo aburrido…

Un día hubo una avería en el servicio de televisión de la planta, y los técnicos lo dejaron abierto, sin que para poder verla hubiera que pagar de forma provisional durante un par de días o tres. Entonces, yo le insistí tanto a Luis Evaristo para ponerle un rato la tele, que no tuvo más remedio que decirme que bueno, que vale. Le animé a que aceptara que le pusiera la 2, que transmitían ese día un concierto, y seguro que le iba a gustar, y total, que si no le gustaba, como ese día era gratis, que me lo dijera y se la apagaba.

Al día siguiente, me encontré a Luis Evaristo maravillado y alegre. Le volvían a brillar los ojos, y me contó lo mucho que había disfrutado con el concierto que habían transmitido por la 2; lo mucho que le había gustado el trabajo del director, los músicos, y en fin, que había disfrutado muchísimo. Yo me alegré, la verdad, me encantó verlo tan contento de nuevo, y le dije que le pondría otra vez la tele en cuanto supiera que fueran a retransmitir otro concierto. Ese día, el día en que vi que había programado otro concierto en la 2, le puse la tele, pero ya no se podía ver de forma gratuita. Ya habían arreglado el sistema y volvía a ser de pago. Así que no le pude dejar la tele puesta porque había que pagarla. Aquel día andábamos con mucha prisa porque el trabajo en la planta se había complicado por varios incidentes con otros pacientes, así que le pedí disculpas y le dije que hablaría con sus hijos, a ver si podían pagar el dichoso abono para ver la tele de vez en cuando y poder volver a disfrutar de otro concierto. Me sentí muy frustrado, al no poder dejarle la tele funcionando, pero a él parece que tampoco le importó demasiado.

Pocos días después, Luis Evaristo se atragantó tomando la merienda, y eso fue fatal para su precario estado de salud. Y tres días después se fue para siempre.

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