MI VIDA DE AMARILLO 15.

 


Estoy junto a la puerta del mortuorio. El que antes sólo era una cámara frigorífica para residuos orgánicos.

-¿Os saco la camilla?-

-No, tranquilo, ya la sacamos nosotros. Nos vamos a poner el equipo.-

Tres señores encamisados lucen en sus corbatas negras el escudo municipal. Los tres se revisten con sus equipos de protección.

-¡Buenos equipos! Eso está bien…- les comento.

-Los de la funeraria del ayuntamiento somos los que vamos mejor preparados.-

-Ya veo, ya…- 

Dos de los funcionarios cargan la camilla con el cadáver que está metido en dos bolsas funerarias selladas y desinfectadas y tapado con unas sábanas. La sacan de la nevera para residuos orgánicos que lleva tiempo habilitada como mortuorio para fallecidos por coronavirus y la colocan junto al ataúd que previamente habían acercado, y cuya tapa han quitado de su sitio y apoyado contra una de las paredes de la estancia contigua a la cámara frigorífica donde nos encontramos. Uno de ellos sale al patio donde tienen aparcada la furgoneta funeraria y los otros dos cargan el cadáver y lo introducen en otra bolsa funeraria que hay dentro del ataúd y la cierran.

A los pocos minutos, el funcionario que había salido, vuelve cargando en sus espaldas con un depósito a modo de mochila, conectado a un difusor. La pinta que trae con el mono de protección, las gafas, mascarillas, botas, y el depósito a sus espaldas me recuerda a los “cazafantasmas” de la peli. Riega todo lo que hay en el interior del féretro con el líquido desinfectante que contiene su “mochila”, mientras especula y discute con sus compañeros sobre la composición del desinfectante con el que está rociando todo generosamente. Seguidamente, el funcionario “cazafantasmas” de la funeraria municipal, se cambia la mascarilla que llevaba puesta por otra más sofisticada, que parece antigas, y se esconde literalmente detrás de la tapa del ataúd, en el hueco que habían dejado entre ésta y la pared. Otro de los funcionarios prepara entre comentarios jocosos la cámara del móvil y le avisa al que está escondido: “Venga, vale!”.

Yo observo estupefacto la escena sin comprender nada, esperando para que me recojan un certificado que tengo en la mano y a que ellos me entreguen otro firmado, según el protocolo, mientras curioseo en la pantalla del móvil del funcionario el plano del crucifijo de la tapa del ataúd que oculta a su compañero, y en esto, sale el escondido, el disfrazado de “cazafantasmas”, y dice con la voz algo engolada y distorsionada por la mascarilla antigas:

-¡Hola, Antoñito! Soy tu tío Eugenio. Que ya sabes en lo que trabajo… Que feliz cumpleaños, machote, y que a ver si cuando pase esto nos invita tu viejo a unas cañas con unas tapitas… venga, que hagas caso a tus padres y que se te quiere…-

-¿Ya?- Pregunta el cámara.

-¡Que sí!- responde el “cazafantasmas” con un tono bastante más coloquial.

Y al quitarse la mascarilla antigas, el que lo ha grabado se extraña que se la cambie por otra y le pregunta.

-¡Es que ésta es para eventos, hombre!- responde el tío Eugenio.

Y por fin cierran el ataúd con su tapa y me intercambian los papeles. Cargan el ataúd en la furgoneta negra y yo siento que aún me queda toda la noche por delante.

Y deseo que sea la última vez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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