MI VIDA DE AMARILLO 18.

 


En el hospital en el que trabajo ya volvemos a tener una planta llena de pacientes contagiados por el virus fatídico.

Comenzó a ocuparse con un señor mayor, paciente en paliativos, a quien contagió alguna de sus visitas, a pesar de todas las medidas de prevención y las advertencias, y hubo que trasladarle a la planta que hasta entonces esperaba vacía, reservada por si hacía falta para posibles ingresos de COVID. Días más tarde, este paciente falleció…

Posteriormente se fue llenando el ala A de dicha planta con pacientes contagiados. La mayoría de ellos han ido llegando de otros hospitales que se van saturando y que por diversos motivos solicitan sus traslados a nuestro hospital.

Ya me ha tocado volver a estar “en el frente”… y en esta ocasión la emoción que más he experimentado al volver a esa situación ha sido la tristeza. Una honda tristeza que aún me dura, pese a que la vida me compensa con otras experiencias completamente distintas… pero esa tristeza persiste en mi alma sin remedio… al menos de momento…

El primer día que me asignaron la nueva planta destinada a pacientes de COVID fue un sábado por la mañana, y entre otros, conocí a Isabel, una señora que aparenta mucha menos edad de la que tiene, y que a pesar de su enfermedad, se mostraba muy ágil y comunicativa. Me agaché para ayudarle a ponerse las zapatillas, porque se podía levantar de la cama, y ella misma se pensaba ir solita a la ducha… me lo agradeció con un elegante “gracias, caballero” y una sonrisa. Posteriormente me estuvo contando cosas sobre su vida, sus sueños… y cómo descubrió que estaba contagiada… Ella aparentemente tenía síntomas leves, pero los peores tratan de solventarlos con una medicación, que al parecer tiene efectos secundarios muy severos…

El domingo volví a entrar en su habitación por la mañana temprano y me la encontré sujeta a la cama con un cinturón. Le pregunté, por charlar con ella, qué le había pasado, pues yo ya estaba informado por mis compañeros de lo ocurrido durante la noche. Me contó que unas personas la habían obligado a salir de su habitación y la habían llevado a un lugar desconocido, que ella suponía que era “para hacer algún experimento o algo así”… Y que luego, la durmieron, y que se despertó atada, y que no sabía por qué… que era injusto… y me preguntó que si yo podía liberarla y volver a acercarle sus zapatillas para ir al baño…

Esa noche, Isabel abrió los ojos, se levantó de su cama y salió de su habitación. Abrió un recipiente que había en el pasillo ya precintado con material usado para incinerar, extrajo de él un EPI que algún compañero había usado, y que por tanto podía estar contaminado, se lo puso, y deambuló por los pasillos sin que nadie se percatara… abrió la puerta que separa el ala A del ala B de la planta, donde estaban pacientes crónicos pero no contagiados por el virus… entró en la habitación de un paciente que lleva ingresado más de 8 meses, que todos conocemos y por quien es imposible no sentir afecto, viéndole día a día, noche tras noche luchar contra todos sus males… y allí, en el suelo de la habitación de nuestro paciente con parálisis de cintura para abajo, y que sueña con estar lo suficientemente recuperado como para que los médicos le den el alta para poder volver por fin a su casa, se quedó tumbada Isabel con el EPI usado, dejando huellas del virus por todas partes…


Isabel se va recuperando, pero aquella mañana tuvo que sufrir la humillación de ser aseada en su cama…

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