MI VIDA DE AMARILLO 5.
No es lo mismo entrar en una habitación donde yace un paciente contagiado por el puñetero virus este, que subir a un escenario o entrar en un set de rodaje. No, no es lo mismo.
Mido 1,94 m de altura y peso unos 92 Kg. Vamos, que como diría una que yo me sé: “Tengo buena planta”; pero ¿qué pasa? Que como en nuestro país no abunda mucho la altura entre las compañeras y compañeros de nuestra profesión, en multitud de ocasiones he tenido problemillas: que si los iluminadores temen desaforar, que si el prota o la prota con la que me toca trabajar se siente de alguna manera “perjudicado” al actuar en la misma escena que yo, que si un tres cuartos lo he tenido que usar como americana o en lugar de salir en una escena con librea, lo he tenido que hacer directamente en chaleco porque la susodicha prenda no daba más talla; la gorra de policía en la mano o bajo el brazo porque la que se me facilitaba podría encasquetarse fácilmente en la cabecita de algún habitante de Lilliput, pero en la mía, no… Los pantalones “pesqueros” no importan si el plano es corto, las botas de dos números menos machacándome los juanetes, etc., etc., etc…
Hace
como unos diez días tuve mi primer contacto directo con pacientes contagiados,
así que por primera vez tuve que vestirme con el “Epi”, el equipo de protección
con el que contamos los sanitarios para defendernos del “bichito”. Cuando uno
se estrena en esto, los otros compañeros te animan diciéndote “que vas al
frente, a la primera línea de fuego”, “que suerte y al toro!”… y claro, ahí empieza
uno a cagarse directamente… Yo, al menos, sí. Acudí con terror a la planta y ya
allí comencé a intentar meterme en la indumentaria y demás efectos que
configuran el dichoso “EPI”. Recordé cada uno de los pasos que nos habían
enseñado días antes y empecé a sudar… cuando comienzas a movilizar a un
paciente del COVID para asearlo, tan malito, entubado y oxigenado y observas
que como llevas guantes de la talla “L”, en lugar de los de la “XL” (que ya no
se encuentran), y te das cuenta de que las mangas de la bata impermeable que
llevas puesta te quedan cortas y que llevas las muñecas desnuditas, muy
cerquita de las narices del encamado, uno se percata de que cuando se suelen
tener problemas con el vestuario por escasez de tallas grandes, no es lo mismo
subir a un escenario, por muchos que sean los espectadores que te esperen o
ponerse frente a la cámara, que entrar en la habitación de un paciente afectado
por el jodido covid-19. No. Va a ser que no es lo mismo…
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