MI VIDA DE AMARILLO 9.

 

Darío y Antonio son dos pacientes que comparten habitación. La cama de Darío está junto a la puerta de entrada y la de Antonio junto a la ventana por la que se ve la parte alta de un edificio donde estuvo ubicada hace años la inclusa de Madrid. Darío es muy serio. Antonio siempre sonríe y hace por comunicarse con nosotros, pero ninguno de los dos puede hablar. Nos hacen gestos que intentamos traducir en palabras, pero no siempre lo conseguimos.

Cuando entré a trabajar en el hospital me contaron una historia sobre el fantasma de un niño que deambula por una de las cornisas del edificio de enfrente. Con frecuencia encuentro a Antonio observando  absorto la fachada de ese edificio a través de su ventana. Antonio fue profesor de filosofía y cuando me acerco a él, siempre me da por saludarle diciéndole cosas como “don Antonio, ¿qué me dice de Aristóteles?... ¿qué opina de la filosofía de Santo Tomás de Aquino, don Antonio?...”  Antonio, me mira sonriente, pero con un aire como diciendo “¿¡Qué tontería me estás preguntando, zoquete!?” y farfulla algo que no le entiendo.


Hace días coincidieron ambos en querer decirnos algo que no había manera de dilucidar de qué se trataba, ni lo conseguía traducir en palabras mi compañera ni yo, hasta que por fin entendimos que Darío quería “pagar” (los servicios del hospital) y le explicamos que no se preocupara, que con el trabajo de toda su vida había pagado nuestros servicios con creces. Lo de Antonio resultó más complicado, señalaba la ventana y, asustado, farfullaba sonidos ininteligibles. Cuando llegó la noche, conseguimos entenderle: “¡El niño, se va a caer el niño!”

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