MI VIDA DE AMARILLO 24.

 

Hoy me toca llevar el control de acceso para la vacunación. Como es domingo y estamos en
agosto, me parece que voy a tener una mañana tranquila. Será que los citados para hoy han preferido irse a la playa o que han decidido pasar de su cita en nuestro hospital y prefieren vacunarse ahí cerca, donde no hace falta cita y te pinchan a cualquier hora. No lo sé…

El caso es que, como estoy tranquilo, tengo tiempo para escribir mis notas y facilitarme luego la tarea de contar cosas que me pasan en este trabajo…

Un caballero de edad avanzada se me acerca. Yo diría que puede pasar de los 70 años de edad, por eso me extraña cuando me pregunta que si su madre, a la que no veo, se puede vacunar. Como nota mi perplejidad, a pesar de que intento disimularla, me explica que su madre viene detrás, a paso más lento. Que no quería vacunarse, pero que hace unos días falleció un hermano suyo de COVID, y que ha cambiado de opinión sobre el tema. Entonces la madre aparece caminando torpemente con la ayuda de un andador, pasito a pasito… Calculo que la señora, (que aunque yo había supuesto que andaba ya por el otro mundo, está ya frente a mí, vivita y coleando) estará rondando el centenario… y así me lo confirma: 101 años recién cumplidos.

Le explico a la madre y al hijo que en nuestro hospital sólo se vacuna previa cita, y que puede pedirla por teléfono. Ellos me dicen que de acuerdo, y me dan las gracias, y entonces la madre del andador me pregunta que si éste, nuestro hospital, es bueno; que si se puede confiar en él, porque según me dice, cree que pronto le va a llegar la hora, y no le gustaría que le pillase sola en su casa con el hijo, que no está para muchos trotes; que lo de la vacuna sólo es “ por si acaso”, pero que si ella se pone malita, “ a ver qué va a hacer…” Y yo le respondo que para mí, el nuestro es el mejor hospital público de la Comunidad de Madrid; y les hablo de lo poquito que yo sé, … y les cuento experiencias, anécdotas, y me da por hablarles de nuestra Unidad de Paliativos…

Mientras charlo con ellos, sigue el goteo de usuarios que voy atendiendo, y a pesar de las interrupciones, madre e hijo esperan pacientemente a que yo reanude mi “discurso”… y llega una señora con un señor que me pregunta si en nuestro hospital se puede operar de los pechos, y que si es mejor que operarse en una clínica privada, y yo intento responderle lo mejor que sé, y como me oye que sigo hablándoles a la madre centenaria y al hijo septuagenario sobre el hospital, la pareja se queda por allí cerca escuchándome. Más tarde viene una mamá joven a vacunarse acompañada de dos niños pequeños, uno de siete u ocho años y otro de tres (que me lo dijo él); yo le recuerdo a la mamá que no es aconsejable que pase al interior del hospital con los pequeños, así que me pregunta si se pueden quedar conmigo, a lo que yo accedo, y durante un buen rato, compagino mi narración con las gracietas que intercambio con los dos pequeños…

Siempre me ha parecido que los compañeros asignados a la Unidad de cuidados paliativos en nuestro hospital, no sólo tienen una preparación especializada, sino que además están especialmente sensibilizados con su trabajo y se esmeran con exquisitez en el trato para con los pacientes que atienden… y así mismo siempre me ha parecido que la calidad de los servicios que se prestan son de un nivel excepcional. 

Tanto el paciente de paliativos, como sus familiares, necesitan la garantía de un adecuado apoyo; y para eso se requiere de un equipo multiprofesional e interdisciplinar con una formación específica; requieren de un trato exquisito y una escucha permanente con el fin de ayudarles a transcurrir por el difícil y doloroso trance que se les presenta a unos y a otros. Y creo que en nuestro hospital está contemplado todo ello con esmero, y creo que cada profesional se esfuerza por hacer que esos días, noches, semanas o meses, constituyan una experiencia, aunque triste y casi siempre desgarradora, que sea lo más llevadera posible, escuchando con atención todo lo que ayude a prevenir y aliviar el sufrimiento de pacientes y familiares, con respeto y profesionalidad.

La experiencia profesional vivida por mí en esta Unidad, más que la escasa formación teórica que recibí en su día, me ha enseñado que a veces la escucha continua a la que me refiero, no siempre implica “hacer algo” por parte del sanitario, sino que más bien, en ciertas ocasiones, esa atención especializada del paciente que está sedado, tranquilo, muchas veces dolorido e incómodo, y otras ajeno a la realidad, pero muy sensible a cualquier perturbación externa, y siempre al borde del último hilo de vida que le une a este mundo… esa atención especializada, digo, y lo mejor que puedes hacer es precisamente “NO HACERLE NADA”. Ni cambio de pañales, ni mirar si hay sudor en la entrepierna, ni incordiar con preguntas, ni mucho menos zarandear para practicar un cambio postural que ya poco va a aportar… pues el mejor cuidado en estos casos es respetar su estado. Procurar su confort. NO MOLESTAR.

Esto lo saben obviamente todas mis compañeras y compañeros. De ellos lo he aprendido; sin embargo, en algún caso no se practica. La última noche que trabajé en esta unidad, casi la mitad de los pacientes ingresados en ella estaban en ese momento último tan especial, tan delicado… y una compañera, que paradójicamente tiene fama entre algunos familiares de los pacientes de ser muuuuy laboriosa y espléndida en la atención con ellos, y de muy cansina según la opinión de muchos de sus compañeros, me obligó a movilizarlos, a alterarlos, a no escucharlos… Una hija nos decía angustiada “ Cuidado con mi madre, por favor, que está muy delicada… ” y ella respondía “ Sí, bueno, pero es que está sucia, hay que cambiarla ”, y mi compañera me obligaba, pese a mi gesto de extrañeza, a mover el cuerpo de su madre de un lado para otro, obviando las súplicas de su hija, y a pesar de que el pañal no salía porque se atascaba, lo que requería aún más movimientos para el mayor y evidente incordio de la paciente abandonada ya de toda resistencia… y por fin, después de mucho zarandeo, el pañal salió limpio, sí, limpio e impoluto.

Esta paciente falleció a los escasos 30 minutos de nuestra inoportuna atención. Después otro a las 2 horas, y así, hasta 6 de ellos se fueron en total durante esa noche triste y absurda…

Claro que no conté esta experiencia en la charla que durante una hora más o menos, aunque interrumpida por otras entradas y salidas, mantuve con el caballero setentón, y sobre todo, con su madre centenaria, que hacía rato ya se había sentado en su “andador/silla”, junto a la pareja interesada en la operación de pechos, y algún que otro espectador que se nos había sumado; por eso prefiero compartirla aquí. Finalmente, la madre de más de un siglo de vida, se levantó con parsimonia, me dio las gracias, y llevándose la nota con el número de teléfono para pedir su cita para vacunarse, se despidió de mí con una sonrisa y me deseó que pasara un buen día. “ Gracias a usted. Igualmente. ” Le respondí yo.

 

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