MI VIDA DE AMARILLO 32.
Waldo es un enfermero que trabajaba en el mismo hospital que yo. Muchas veces hemos coincidido en la planta donde él estaba asignado y disfruté con su profesionalidad, su empatía para con los pacientes y su amabilidad. Un hombre más bien callado, atento y de escasa gesticulación; pero siempre dispuesto a atender con humanidad y respeto tanto a sus compañeros como a sus enfermos, y a establecer una conversación sencilla y amable.
En cierta ocasión me ayudó con una especie de forúnculo que me salió en un muslo, y que me tuvo mosqueado durante un tiempo, y él me tranquilizó dándome consejos para tratarlo.
Era raro verle sonreír, pero nunca dudé que me encontraba ante alguien con vocación sanitaria y una buena persona. Luchó en el hospital durante las peores crisis motivadas por las primeras olas de la pandemia, y en cierta ocasión me comentó que su mujer estaba muy enferma, y que debía emplear mucho tiempo y esfuerzo en su cuidado; aunque en aquel tiempo nunca supe la enfermedad que sufría su compañera ni nada más sobre ella.
Ahora ya no trabaja en el hospital desde hace bastante tiempo. Un año más o menos llevará sin trabajar, pues al parecer se ha pedido una excedencia para poder cuidar de su mujer a tiempo completo.
Desde hace un par de semanas estoy trabajando en la planta donde conocí a Waldo. Es una planta donde se tratan casos de medicina interna. La mayoría de los pacientes, al menos los que permanecen ingresados en estos días, están bastante perjudicados por sus dolencias, y son casi todos de edad muy avanzada. Pese a ello, se producen altas y nuevos ingresos casi diariamente.
En una de las habitaciones hay un nuevo ingreso. Es una señora. Alguien me dice que es la mujer de un compañero, y yo tengo una intuición. Pregunto, y me confirman que se trata de Maribel, la mujer de Waldo.
Maribel es una señora de poco más de sesenta años. Está llorando en su habitación. La oigo llorar y lamentarse a gritos. Llama a su marido. Grita. Grita. Se queja. Grita. Llora.
Me vuelvo, y veo en el pasillo a Waldo esperando para hablar con el médico que trata a su mujer, creo. Él me había visto, pero no me había dicho nada. Yo le saludo, y le pregunto cómo está. Me responde que bien, pero se nota su tristeza… algo más que tristeza… angustia, cansancio, resignación…
Temo el momento de entrar en su habitación, pero de momento estoy al otro lado de la planta ayudando a un auxiliar que no tiene asignada esa paciente. Cuando busco a la auxiliar que tiene que atender a Maribel en la primera vuelta de la mañana, vuelvo a sentir un cierto desasosiego al pensar que tengo que entrar en su habitación. Encuentro a la auxiliar y me dice que ya ha atendido a Maribel con la ayuda de un enfermero. Siento alivio, y esa sensación de alivio me hace sentirme un poco culpable. No sé muy bien por qué. No sé muy bien por qué temo atender a la paciente Maribel.
Me libro de entrar en su habitación durante todo el día. Pero al día siguiente, no. Entro con otra auxiliar diferente a la del día anterior. Ella ya ha empezado con el aseo, y yo me preparo para ayudar a movilizar a Maribel, y al hacerlo, ella grita y se queja de mí… dice algo feo y soez que no puedo entender, ni quiero… y cuando acabamos el aseo de Maribel, salgo dolido de allí , y no sé por qué me afecta tanto…
Temía entrar, temía atenderla, y al hacerlo, me he sentido fatal, inseguro, inútil, torpe…
Al día siguiente vuelvo a estar en la misma planta. Cuando entro en su habitación, ella parece dormida. Intentamos despertarla para asearla, pero ella se resiste. Se empeña en no querer ser atendida; pero debemos hacerlo pese a su negativa. En la siguiente vuelta, ocurre lo mismo, y en la última algo muy parecido.
En muchas ocasiones se le vuelve a oír llorar y quejarse a lo largo de la mañana. Parece ser que le han reducido la medicación con respecto a la que tomaba cuando estaba en su casa, y oigo comentar: “Es que está pasando el mono…” Parece ser que es muy probable que la trasladen a otra planta. Tal vez a la de “crónicos” o puede que a “paliativos”.
Sigo sintiendo temor de entrar hoy. Y me afecta mucho atender a Maribel. Al entrar, la noto despierta y casi sonriente. La saludo y me responde. Hoy acompaño a un auxiliar que al momento de entrar, tiene que salir de la habitación porque ha olvidado hacer algo importante en el control de enfermería, y me pide que me quede allí en la habitación preparando lo necesario para atender a Maribel. Me quedo a solas con ella, y es como si me enfrentara a algo que duele… Ella me habla y yo le respondo, y le pregunto y ella me contesta. Mientras voy haciendo los preparativos con calma, Maribel y yo charlamos, como si fuéramos dos viejos conocidos que se caen bien… y aunque yo sigo temiendo no sé muy bien el qué… ella me va contando cosas suyas… cosas sobre su pasado, sobre su vida… Empieza hablando entre sonrisas tristes, y miradas muy directas, como buscando mi atención, y yo temo implicarme demasiado… El auxiliar está tardando en volver más de lo normal…
Maribel fue enfermera… bueno, mejor dicho, es enfermera. Trabajó mucho tiempo como tal. Al principio le entiendo que estuvo trabajando en el “Gregorio Marañón”; pero luego me aclara que ella era enfermera en el hospital donde estamos, y que siempre trabajó en la planta que está justo debajo de esta habitación. Yo recuerdo que ahí fue donde nació mi mujer, mi compañera, y que por eso le pusieron de nombre Cristina, y así se lo cuento a Maribel. Luego me aclara que trabajó también en el “Gregorio Marañón” porque necesitaba ingresos extras por complicaciones en su familia. Que trabajó en la Unidad de Psiquiatría, y allí fue donde conoció a Waldo. Me cuenta anécdotas y experiencias vividas allí. Y me cuenta que perdieron a una hija cuando aún era muy joven.
Descubrí
que Maribel nació en Sevilla, y yo le conté que nací en un pueblo de la provincia, que resultó que ella conoce bien… que lo ha visitado mucho y que le
encanta. Me contó que vivió con su familia en la misma calle de Sevilla donde
vivió mi madre con dos de mis hermanos y en donde yo también viví un tiempo; me
contó además que le gusta el fútbol y que siente mucha afición por el Betis,
como la mayoría de sus familiares sevillanos. Como yo. Terminamos de asearla, y
por primera vez desde que trabajo como celador, abracé el abrazo de uno de mis
pacientes. No pude ni quise evitarlo. Hasta mañana, Maribel.
Comentarios
Publicar un comentario